mi definición de columnista: Dícese de un tipo de bigote, de estatura más baja que regular, que usa mezclilla, camina como si pisara flores y que en este momento presenta un libro ante un auditorio a reventar.
Presentación del libro:
El Zancudo. No mata, pero hace roncha, de Arturo Soto Munguía
Carlos Sánchez
Pude verlo en agonía. Lo tumbaron de un chingadazo. Lo mataron con saña. Dentro de un canal se cometió el crimen.
Pude ver una cagada de perro, sentir el olor del miedo, sonreír cómplice, sonreír de nervios. Me instalé entre los arbustos para disfrutar del morbo de esa historia cruenta a la que el narrador intentaba con destreza quitarle el color amarillo. Era la anécdota de una nota roja.
Cayó en mis manos como cae la suerte un día en que el ocio te acosa con un pinchazo en las costillas. Era el cuento escrito por un tal Arturo Soto Munguía, publicado en una revista que si mal no recuerdo por nombre tenía: Cronopios y famas.
El buen camarada Miguel Ángel Avilés, lector y escritor, me sugirió esa lectura. Desde entonces, tal vez poco antes de ese crimen en mis ojos, en la imaginación, supe que leer podría quitarme la intención del suicidio un domingo por la tarde. ¿Por qué los domingo se pone uno como que más melancólico? ¿Será un cliché, una pose?
Pues bien, ese domingo de encontrar la narración desde Arturo Soto, tampoco hubo suicidio. A veces pienso y tengo el deseo de morir, pero siempre, antes sacar el clutch del vocho, me pongo el cinturón, no vaya a ser la de malas.
Estaba en que pude ver al muertito ultimado dentro de un canal. Y desde entonces nació como necesidad indagar los pasos del narrador, periodista, comerciante de chambritas, chofer que manejaba un tonelada y acarreaba frutas, editor, jugador de pull en el billar, fumador de marlboro rojos, el muy pero muy esporádico bebedor social, el varias veces premiado en concursos de periodismo, el declarado contra revolucionario en Cuba (por un libro que publicó y en el cual se lee que muy quitado de la pena, y sin más recursos para limpiarse los zapatos, el autor lo hizo con la foto de Fidel impresa en un Granma, periódico oficial de la isla comunista. (De esta historia habrá que preguntarle en lo sucesivo de esta charla – presentación).
Sí, en eso estaba, en el muertito dentro del canal y en el seguimiento de los pasos de un avezado, irreverente, apasionado, constante, certero y dueño de un acervo lingüístico desmesurado, al cual la raza, en el barrio que es Hermosillo, lo conoce como el Chapo. Y que es éste y según se dice, es columnista. A la bestia, ¿Columnista?
¿Qué significa columnista, qué es ser un columnista? Intento dar mi significado, teórico, para nada científico, de lo que significa este mote. En los kilómetros de letras que he leído de este género periodístico que es la columna, en diversos medios, y firmadas a veces con seudónimos, a veces con una fotografía que retrata una mirada gangsteril del autor de dicho espacio, las más de las ocasiones sólo lo he hecho para constatar la increíble capacidad de lamer los pies a los funcionarios; otras tantas ocasiones he salido a vomitar por tanta náusea que causa la pobreza gramatical de quienes redactan. Periodistas (no, qué periodistas) escribidores al vapor.
En un estado donde la calidad periodística es una isla de soledad, cada vez es más común encontrar nuevos nombres publicados firmando no sólo columnas, sino en notas, entrevistas, y hasta allí la dejamos, porque reportaje, o crónica, ni sus luces.
El periodismo, a mi entender, debe tener una función de aportación para con la sociedad, debe formar lectores, proponer compromisos, mostrar el lado oscuro de la realidad. También los triunfos y fracasos de quienes conformamos esta cápsula llamada mundo.
Entonces para no extraviarme, va mi definición de columnista: Dícese de un tipo de bigote, de estatura más baja que regular, que usa mezclilla, camina como si pisara flores y que en este momento presenta un libro ante un auditorio a reventar.
Pero para no perderme, intentando ser preciso y conciso, subrayo entonces que los columnistas proliferan, pero los periodistas por vocación, por compromiso, con la idea clara de servir y aportar a la sociedad, cada vez son menos. Y caben en los dedos de las manos. Corrijo, caben sólo en los dedos de una mano.
Afortunadamente existen esos pocos, a los que etiquetan, tachan, señalan de “loquitos y chingones”. De esos pocos es Arturo Soto Munguía, quien desde su columna cotidiana, el Zancudo, nos alegra de esperanza la vida. Porque ya una mañana encontramos en sus letras el regocijo para entender con divertimento los móviles de la corrupción, del ansia del poder, de lo espeluznante que son los intríngulis de la política.
Otras veces podemos encontrar la construcción ácida e irónica dentro de una anécdota policiaca que Arturo bien sabe cómo aderezar para que nos duela menos la realidad. La valentía es un vocablo en el que debo insistir al hablar sobre este reportero, que también lo es. Porque sale a la calle siempre a reportear la columna.
Hemos venido aquí para enterarnos del contenido de El Zancudo, este libro antología de sus columnas, no digo las mejores, porque todas los son. Y se supone que yo como presentador debería desmenuzar el ejemplar, y citar a los grandes del periodismo, o hacer analogías. Pero, disculpe amable auditorio, no es necesario por ahora las citas, porque no requiero desde hace un tiempo, recurrir a los multi publicados periodistas (entre comillas) que desde su oficina hilvanan párrafos y párrafos de especulaciones, contenido de estos textos dictados desde el poder, o narrados desde la víscera por no recibir las prebendas puntuales desde oficinas gubernamentales.
Desde hace un buen que me dedico, porque la memoria lo obliga, a perseguir la carrera de oraciones desde la construcción del Chapo. Porque desde hace un buen el café mañanero –a veces post mañanero sin café-, lo acompaño con la lectura de El Zancudo, porque encuentro allí no sólo la habilidad creativa del escritor, periodista, columnista, sino porque además sé que lo que Arturo escribe, tiene sustento. Y eso, en estos y cualesquiera otros tiempos, se agradece.
Pd. Si es cierto lo que dicen los sicólogos, trabajadores sociales, charlatanes, maestros, científicos, damas de la caridad, curas, monjas, merolicos, clowns y demás, que la risa es terapéutica y cura incluso el dolor de muelas: en este libro, el Zancudo, alivia eso y más, incluso provoca la carcajada. Hasta doler el estómago. Desde aquí los convoco, aprovechando la celebración del centenario y bicentenario, a hacer un honor a la patria: comprando este libro.
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